En
el mundo real, hoy es viernes 5 de abril. Ayer estaba bien, pero por algún
motivo me desperté de mal humor. Como de costumbre escribo, escribo lo que
imagino para escapar de mi realidad. En mi mundo ficticio, han pasado dos días
después de aquel sábado. Estoy aquí, en la mañana del lunes 8 de abril, también
hace frío. El motivo por el cual no relato estos dos últimos días en su tiempo
correcto es porque me gustar contar historias, no vivirlas.
El
sábado a las 9:30 de la mañana, Artemisa estaba allí, en el banco, esperándome
antes de que yo llegara. Evidentemente había estado esperando, porque cuando
llegué, antes de darme uno de esos delicados besos en la mejilla, me dio un
pequeño y sutil golpe en el hombro.
-
Llegás tarde.
Me susurró y soltó una risita
burlona, que por lo que había experimentado era algo característico de sí. Me
disculpé, nos saludamos, y antes de consultar cualquier cosa interesante, fue
directo a destrozar mis sentimientos. Me comentó que había cambiado de parecer,
que ya no pensaba que yo fuese genial. Me dijo que lo re-pensó, y se convenció
de que si fuese genial, no hubiese sido reemplazado y superado con tanta
facilidad. Sí, dijo que fui superado. No tuve la intención de preguntar por
qué.
Todos sus planteos negativos sobre mi persona, yo los
recibía con una sonrisa irónica. No por me hiciera feliz que me dijeran lo
patético que era, en realidad porque después de tanto encontraba a alguien que
no temía decirme lo que pensaba, y eso me fascinaba. Así era yo, era muy
directo, era muy sincero. Excepto cuando me mentía a mí mismo, en esos momentos
podía incluso convencerme de querer hacer algo que en realidad no.
La mañana avanzó a tiempo normal. Antes de tocar mi
miseria, tocamos temas al azar. Pregunté sobre la música que le simpatizaba. No
respondió el típico “de todo” que
suelen soltar las chicas porque no tienen nada que las identifique. Soltó un “internacional, rock, punk, hard, grunge”
que me cautivó por un segundo. Más que nada por el hecho de que tal vez, esos
gustos que yo había divisado antes, no eran falsos. Y no los eran, su banda
favorita era Pearl Jam. Dicha banda
me trae recuerdos a Caro, como toda la música (porque ella es música).
Hablamos del 3 abril, Pearl
Jam habría visitado Argentina y dado un concierto. Ella no fue, ni yo. Su
canción favorita de dicha banda era Black.
Me sorprendió, porque conocía el mensaje de Black,
y me sorprendía que llegara a mis oídos en un momento como este. Y de una forma
tan directa, no fue solo deducción y relación, ella me lo dijo:
-
Black es una
canción muy especial. ¿Sabés? Deberías escucharla y torturarte un poco. Más que
nada escuchar la última estrofa.
Y entonces la recitó:
-
I know someday
you'll have a beautiful life, I know you'll be a star In somebody else's sky,
but why can't it be mine?
Su voz era hermosa en
inglés. Me preguntó si sabía lo que significaba. Sí, lo sabía, era algo muy
básico y doloroso. Eddie Vedder (vocalista de Pearl Jam) decía que sabe que ella tendrá una vida hermosa, que
sabe que ella será una estrella en el cielo. Pero pregunta, ¿Por qué no puede
ser suya? Y eso me pregunto continuamente. ¿Por qué no puede ser mía? Artemisa
había dado justo en el hueco de la miseria. Y yo me sonreí, porque me estaba
enredando para que suelte lo que ella quería escuchar. Pero antes de darle eso,
quería saber más de sí.
Pregunté sobre sus
gustos fílmicos y televisivos. No era una chica que pareciera saber mucho del
ambiente de filmaciones, así que obviamos el tema. Volvimos con la música,
hablamos de más que de Pearl Jam.
Mencionó a Queen, una banda que me
gusta, habló de los Stones, otra
banda que me gusta. Siempre daba en el lugar correcto para recordarme el motivo
por el cual salíamos, mencionaba canciones como Angie, Under my Tumb, Show Must Go On (buenas canciones,
recomiendo que las oigan y las entiendan), y otras metáforas para hacerme
sentir mal. Su sutileza me gustaba, hasta que me di cuenta que no era sutileza,
porque en determinado momento de la conversación, ella interrumpió diciendo:
-
Bueno, ya hablaremos de música otro día. Contame de ella.
Si ella hubiese querido eso desde el principio, podría haberlo planteado
desde el primer momento. Sin embargo, ella habló de toda esa música
significativa, por placer, no por hacerme daño. Me gustaba eso de sí. Me gustaba
contar con una persona honesta.
Y entre suspiros
empecé. Al principio no sabía lo que quería escuchar. Luego me dijo que quería
saber como la había conocido. Fue complicado abordar los tiempos en que yo
salía con la mejor amiga de Carolina, pero lo hice, con poca memoria y algo de
desagrado (no fue una relación muy grata, no fue una relación), le conté del
inicio de nuestra historia. De cómo ella, Carolina, abandonó a quien la hacía
infeliz, y vino conmigo, para ser feliz. Le conté de nuestra primer salida,
cuando vimos una reproducción de un concierto de Queen en el cine. Le conté mi forma de presentarle mis
sentimientos. Le conté de mis tiempos.
Y entonces ella solo
respondió:
-
¿No te hizo lo mismo que le hizo al anterior a vos?
Mis ojos reflejaron enojo en ese momento, ladeé la cabeza en silencio, y
esperé unos segundos antes de continuar:
-
No, lo nuestro fue distinto, lo nuestro fue real.
Me molestaba intensamente que dijeran que me hizo lo mismo que a Axel.
Con Axel, no había felicidad, conmigo, ella expresaba una felicidad demencial
la mayoría de las veces. Fracasar no significa que todo haya estado mal, juntos
habíamos sido muy felices, y nadie tenía el derecho a arruinar mi recuerdo de
sí, solo por el desenlace de la relación.
Y se lo dije, que
conmigo había sido distinto, que nosotros nos dimos todo lo que podíamos y
fuimos felices con ello. Ella pidió disculpas (por primera vez), y admitió que
tal vez estaba siendo un poco injusta. Pero explicó también, que no le dejaba muy buen sabor en la boca la manera que usó para dejarme, o, textualmente como ella dijo, la manera que usó para “cambiarme”.
La mañana pasó a ser mediodía,
mensajeé a mi madre indicándole que no volvería hasta la noche. Artemisa había
decidido sin más pasar todo el día con este desconocido que era yo. Me
sorprendía su actitud. Antes de tocar el tema de Carolina, caminamos mucho a lo
largo de San Miguel, vimos vitrinas de cosas que no nos gustaban. Por como
hablaba y las cosas que expresaba, no parecía ser el tipo de chica que se
fijaba en la ropa sin más. Y lo notaba, vestía sencilla, arreglada, linda, con
gusto, pero sencilla.
En lugar de almorzar,
ella compró dos chocolates, uno para cada uno. Intenté pagar mi parte (en
realidad las dos), pero de alguna forma ella no me lo permitió, alegando que
solo era un chocolate. Y es que tenía razón. Yo no solía comer mucho esos días,
por lo cual no me molestó almorzar una golosina. Caminamos, mucho, hablando, a
veces de Carolina, a veces del paisaje. Hasta que me empezaron a doler los
pies, y le pedí parar en una calle. Sinceramente no recuerdo cual, solos sé que
estaba en un lugar de Muñiz que nunca había visitado. Ella se sentó conmigo, y
aguardamos en silencio hasta que decidí hacerle un planteo.
-
¿Por qué no me hablas de tu experiencia? Lo dijiste muy al
pasar, pero estoy seguro de que mencionaste que también estabas saliendo de una
ruptura.
Su expresión cambió, a una de pena. Ahogó unas palabras en un suspiro,
solo para luego no decir nada. Pasamos unos 10 minutos en silencio, un período
muy largo de silencio en tiempo real. Y entonces ella me dijo:
-
Te escucho, escarbo tu miseria porque no tengo el coraje que
tenés vos para dejar que escarben la mía. Si el tiempo pasa tal vez te de su nombre.
Por ahora, me basta con escucharte, y sé que es injusto, sé que vos me estás
contando toda tu mierda y yo me niego a esto. Pero mí pasado... No es tiempo,
es sombra, me acompaña, siempre, y no puedo hablar de él sin sonar diez veces
más patética de lo que sonás vos.
Y entonces reí en el último segundo por su insulto, porque no podía
dejar de recordarme lo miserable que era ni aunque admitiera que ella también
era miserable. Apoyé mi mano en su espalda, la acaricié ligeramente y le
expliqué que también era de los que escarbaban, y, que esperaría a que estuviese
lista como para que me deje experimentar consigo como ella lo hacía conmigo. Y
entonces no hablamos más de mi miseria. Preguntó si podía acompañarla hasta su
casa, me gustó que quisiera que la acompañara. Le dije que sí, y, no caminamos.
Tomamos un 182 y permanecimos en su puerta hasta que ella decidió despedirse.
Nuevamente me besó en la mejilla de esa forma única que ella tenía, y me
preguntó:
-
¿Nos veremos mañana?
A lo cual yo asentí, le di la espalda, y me fui.
Al llegar a mi casa, mi madre preguntó como la
había pasado. Mentí, dije que normal, en realidad lo había pasado bastante
bien. No pasé por facebook, ni tumbrl, ni nada, simplemente me acosté en mi
cama y me quedé pensando en el día. En ella, en Artemisa, en su miseria
secreta, en lo atractiva que era en varios sentidos. En como me hacía olvidar
recordando, en como su música, inconscientemente describía mis sentimientos o
como debería sentirlos. En como me lastimaba y a la vez me sanaba de a poco. En
lo genial que era estar con ella.
Así, absorto en mis pensamientos sobre esta
chica relativamente desconocida, logré dormir de corrido hasta la mañana del
siguiente día. Me di cuenta de que no habíamos pactado más que vernos. Sin
horarios ni nada por el estilo. Abrí facebook, buscando corroborar si estaba o
no conectada. Y noté dos notificaciones en inbox. Una pertenecía a una imagen
que me habría pasado mi tocayo, mi amigo Matías. Otra pertenecía a ella,
diciéndome que olvidó pactar la hora, y, marcándola. Sin consultar antes.
-
“me olvide de decirte, hoy nos encontramos en mc a las 8 de
la noche. no voy a estar on en face, asi que si no vas, bueno, dejame plantada”
La seguridad, indiferencia y dirección con la cual me escribía era
increíble. Simplemente establecía lo que quería, sabiendo que podía negarme. La
última vez que habría salido con alguien de noche, habría sido en Mar del
Plata, cuando viajé para ver a Carolina que estaba de vacaciones. La noche
mucho no me agradaba, aunque de alguna manera deseaba a veces salir a cenar a
altas horas. Me hacía pensar, me hacía imaginar que pasábamos la noche juntos y
al otro día, despertaríamos nuevamente juntos. Algo similar a desayunar, la
sensación de haber estado poco tiempo separado de sí.
Es día me pasó volando.
Mi vieja no estuvo muy de acuerdo con que saliera un domingo en la noche. Pero
considerando que no tenía clases a la mañana siguiente, me lo permitió. Me
arreglé como pude, nunca fui de tener buen gusto para la ropa. Y estuve allí 10
minutos antes de lo pactado. Nuevamente ella había llegado primero, y, estaba
linda. Tal vez las luces de la noche la hacían brillar más, pero no, es que
ella era una luz. Llevaba un gorro igual al mío, al característico, estaba muy
bien abrigada por una ropa que no parecía tener marca, pero, era especial de
alguna manera. En cuanto me vio, me sonrió y agitó su mano derecha para hacerme
de seña.
Yo también le sonreí,
me aproximé hacia ella, y recibí su frío beso en la mejilla.
-
Hoy estás bastante linda.
Ella se sonrió, y con un tono intimidante me respondió:
-
¿Ah? ¿Y los otros días no?
Y yo reí, y ella rió. Y no se lo dije porque ya lo sabía, pero era
cierto, ella normalmente no trataba de ser llamativa. Y ahora tampoco lo era,
simplemente estaba linda porque estaba linda... Y, no, los otros días no, los
otros días estaba demasiado común, demasiado normal.
Como de costumbre
saltamos la parte del “¿Cómo andás?”, nos adentramos en MCDonalds, y
disfrutamos de esta salida. Ella pidió una de las hamburguesas cuarto de libra
con queso. Yo un helado. Ella era más rápida que yo comiendo, y terminó tomando
la mitad de mi helado con mucha confianza. Hablamos de literatura, de música, de lo poco que ella
sabía de cine, de todo menos de nuestras miserias. Aunque pensaba a Carolina con cada
cosa que decía (Cortázar, Guns N' Roses, Batman, todo), simplemente no la nombraba.
Aunque seguía recibiendo nombres y partes de canciones que lastimaban, no la
nombraba. Simplemente estábamos allí, conversando, siendo felices.
Se hicieron cerca de
las 23:00, ella me pidió que la acompañe a la casa nuevamente. Se repitió lo
mismo de ayer con una diferencia. En la puerta, donde ayer me había despedido
pactando la cita de hoy, ella me susurró al oído:
-
Hoy noto que era lo que ella apreciaba de vos.
Me besó en la mejilla, y se fue. Esta vez no le di la espalda, esperé a
que se adentrara en su casa, a que me mirara una última vez, para irme, para
irme con la sonrisa que ella había creado. Para irme con el recuerdo de un muy
buen fin de semana, de esos que no experimento más en mi historia real.
Caminé por la calle Irigoin
de noche, como si fuese un día de clases. Esta vez sin miedo, esta vez con una
sonrisa en la cara, ignorando a la diversa cantidad de adolescentes que salían
o volvían de bailar. Llegué, y mi vieja me recriminó que no revisé el celular,
que no quería que volviese tan tarde la próxima vez. Y lo acepté, y sonreí,
ella consultó si por lo menos disfruté. Y lo cierto era que sí. Había
disfrutado.
Me recosté a dormir, y
tan lindo como era, llegué hasta hoy, hasta este lunes 8 de abril, a este lunes
que llega después de un buen fin de semana. Este lunes donde me levanto, y voy
a la computadora para ver si está conectada, si puede verme hoy. Y no la
encuentro. No es que no esté conectada, es que simplemente no está. Es que no
puedo encontrar su nombre, es que no está en mis amigos. Es que de alguna
manera, se borró.